jueves, febrero 24, 2011

Amor amor

En el viaje en tren apareció un rostro, que trajo consigo un recuerdo, una sensación, latente aún en mis sentidos.
Tuve un día uno de esos amores fugaces pero eternos. Un amor que no llego a ser recíproco, ni platónico, de hecho siquiera creo que fue anunciado.
Apareció un clown en mi vida, apareció una noche, habló, supo callar, supo escuchar. Pasaron los días y creí que lo volvería a ver. Volví al mismo bar, la misma mesa, la misma silla, hasta incluso tomé la misma cerveza esperando que aparezca (tomé un par de más, y seguí esperando).
Nunca llegó, tal vez se disfrazó de otro personaje y no lo pude reconocer, o tal vez nunca existió.
El caso es que esta historia trajo a mi mesa una cena ciertamente fácil de digerir ("No esperes que el Sarmiento traiga consigo, de Once a Moreno, lo que no supo llegar por si solo").


(y seguí poniendo de excusa la espera a clowns inexistentes, pa' seguir tomando birritas en las sillas de los bares)

1 comentario:

  1. Ah, ¿por qué?
    Esos amores de encuento son los que nos hacen más poetas, más porteñitos de Buenos Aires, más vivos.
    A mí me encantan.
    Decí que ahora encontré a mi gatito, sino, el Sarmiento era la puerta al amor enlatado de Castelar a Once, piba.
    Y sí, me puse re maraca.

    ResponderEliminar