Los días son como manchas en la vidriera de la puerta del lugar. Individualmente pasan inadvertidos, hasta que llega el momento tal en el que el vidrio está completamente manchado y no podemos ver a través de él. Aparece de sorpresa, nos abraza sin avisar.
Y las personas pasan por la puerta del local indiferentes, ellos, y el que observa. Todos ensimismados en sus pequeñas islas interminables, con el cuello torcido y la voz ronca que susurra al andar por la vereda.
Y los perros ladran asustados, aunque parezcan dominados por la ira. Ladran pidiendo un poco más de atención, y lloran cuando tienen lo que esperaban pero por mucho, lejos de sus expectativas.
Nadie, ni los perros ni las personas, pueden borrar sus manchas. Y se enferman mirando las del que está del otro lado.
Es que son indiferentes, hasta que se corta la luz y se ven las caras a la luz de las velas.