Parecía que el sol se había apagado cuando la luna comenzó a deslizarse por las aguas del río. Se dejaba llevar, bailaba entre las piedras al ritmo de los choques, se confundía con los reflejos que ella misma regalaba.
Fluía naturalmente, y se detenía cuando aparecía la calma. Atraía la atención de quien se disponía a velar buscando digerir un pedacito más de realidad.
Era la única verdad que elegía permanecer, la única que se dibujaba ligera entre las sombras y los silbidos de las hojas de los árboles en la ribera.
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