viernes, junio 15, 2012

El puente

Era una burbuja en un río,
tan silenciosa
como ruidosa en su lugar,
de cielo celeste
y fondo de vida erosionada.

Presente y serena,
convulsionada por el movimiento
del agua chocando contra las piedras.
Convencida de ser producto del choque,
andaba frágil y transparente.

Siempre flotando en ese baile constante,
y, al parecer, seguro
que la sacudía con total facilidad.


Era tan dueña del aire 
que la llenaba, 
como de la certeza
de estallar,
pronto.
(nunca dueña del cómo ni del cuándo)


Era un árbol también, 
de corteza noble,
agrietado en incontable 
cantidad de lugares, 
a lo largo de toda su extensión.


Rugosa su madera,
e impermeable,
tan opuesto a su vida de burbuja 
como al resto de los árboles del bosque.


Entre idas y venidas
el cemento lo abrazó.
Fue vereda, calle,
hasta algunas que otras veces,
se mezcló entre los bancos de las plazas 
y jugó a distraerse observándolo todo.


Los apuros, las peleas,
los choques y los gritos,
los juegos de niños
y los de los adultos.

LLegado cierto punto, 
se cansó, 
y perdió las fuerzas 
que supieron enredarlo en la corriente del río.
(esa época de burbujas)

Supo convencerse
del lugar que le tocaba representar,
en este mundo extraño
que busca ser incomprendido.

Tal es así, que acabó por instalarse
entre dos pueblos.
De los tranquilos, 
divididos,
pero asentados el uno junto al otro.

Y, sobre la cuerda de agua 
que los hilvanaba, 
decidió acostarse 
a disfrutar.

Despreocupado ya
por el cemento que le supo dar su forma,
por los gritos y los choques,
por los juegos de los niños
y los de los adultos.

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