sábado, agosto 15, 2009

"Un tropezón no es caída" dijo mientras esperaba ser levantado. Está claro que nadie lo haría, ni siquiera él. Se vio un nivel más abajo de lo normal y sintió la desesperación de empezar a correr, pero para correr necesitaba sus piernas, y no tenía a nadie que le ayudara a encontrarlas. Creyó haberlas olvidado por algún lugar recóndito de los que había recorrido, o tal vez de haberse sentido libres quisieron experimentar y se fueron en busca de nuevas compañeras, nuevas historias, nuevas páginas donde contar lo bueno que fue mientras duró. Pensó, "¿Qué si no son ellas las que me acompañen?, mis manos podrían ayudarme". El caso es que resultaba más complicado que el hecho de simplemente mencionarlo, por lo que ese nivel de desesperación del principio había quedado en el olvido y se encontraba afrontando otro de mayor magnitud. "Ya nada es lo que era", dijo, y se tendió a llorar sus tan características lágrimas de cocodrilo, ya no contaba con esa posibilidad que dos segundos antes parecía ser la más acertada, no contaba con sus propias cualidades, poco a poco desaparecía, se esfumaba. Su cabeza empezó a dar vueltas en el aire, (si uno la veía sentía que tenía inmensas dimensiones pero al tocarla era diminuta, como un grano de maíz), a girar, subir y bajar, expandirse y contraerse, como si se tratara de algún extraño individuo de otro planeta. Hasta ese momento, todo parecía importarle sobremanera, pero aún así no tomaba cartas en el asunto, no podía adquirir ese coraje que implicaba llevar una vida sin sus ojos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario