martes, agosto 25, 2009

Sancte Joseph

Tuve que emprender un viaje hasta Flores, sobre Rivadavia, una linda capillita. Desde que abandoné el umbral de mi guarida me acompañó esa sordera que provocan los auriculares de mi moto-rockr, por lo que la vida me pareció por un buen rato una película de Charles Chaplin, sólo que en color. Los autos parecían volar, sin consumir ningún tipo de combustible, era increíble; las personas que caminaban a mi lado hacia el mismo destino aparecían y desaparecían siempre repentinamente; la contaminación acústica se transformó en no más que el choque de una moneda en una de las boleterías del Sarmiento y Roger Waters pareció acompañarme como si estuviera metido dentro de las mismas prendas que llevaba puestas, dentro de mi cabeza, claramente dentro de ella.
Abordé el vagón que se cruzó primero en mi camino, y caminé al fondo de una caravana por unos cuantos como el primero que pise (salvo el furgón que tenía un tono a lo mejor londinense y un aroma profundamente natural, inundando el resto de los vagones siguientes). No se si habrá sido ese estado pasivo o qué, pero en un santiamén ya no estaba allí como partícipe, sino como una especie de observador, atento observador, pero externo al fin. Sentada pero no, pude ver a esa joven mujer grande, que parecía haber sido vestida muchísimos años antes de su nacimiento, y que, contradictoriamente a su apariencia (lo que reflejó una forma de ser para consigo misma) llevaba un carrito, con una nena dormida y su sobresaliente cara de angel, aparentemente de como seis años. Por supuesto eso llamó mi atención, los opuestos en las imagenes madre e hija. Mi atención no se detuvo demasiado por ahí. Sin darme cuenta en qué momento empezó, escuché un grito de una mujer, una exaltada y rotonda mujer, que sufrió algún tipo de ataque de parte de esta especia de personas que vuelan. El extraño individuo pareció dar el golpe y saltar, como si fuera hacia una pileta de unos metros de profundidad, a las vías. Lo increíble fue que no era la parte del trayecto en la que las vías se ven de cerca, se puede distinguir las piedras y la basura que la gente tira, no. Era esa parte del trayecto, en la que parece estar subiendo y separándose del suelo el vagón abordado, tan lejano del suelo como yo de todos los demás en ese momento (era mucho realmente). Así cómo los pasajeros se dieron vuelta poniendo exagerado interés en lo ocurrido, yo corrí mi mirada para algo que saliera de la ventana, esperando ansiosa algo que me pudiera sorprender. No se por qué tenía tantas ganas de disfrutar el paseo en ese momento, pero de verdad que funcionó. En cuestión de minutos pude ver el Nilo salpicando los vidrios de Domingo Faustino. Tan brillante y colorido no pude dejar de mirarlo mientras se acercaba a mí de alguna forma.
Al rato la chica con su old skool y el pelo rojizo entró con ese aire de "no me importa nada" y se paró enfrente de Kung Fu Panda, quién vestía su sensual camiseta blanca y unas reebok de mina zarpado, que no dejaba de mirar con su aire personal, ese conocido "mirame". Yo realmente la estaba pasando tan bien, nunca creí ver tantos personajes juntos dentro de 3 metros cuadrados. Lamentablemente todo tiene un final y entre tantos pensamientos fui arrastrada hasta la estación de Flores, pasando Floresta.
Al llegar a destino aguanté aproximadamente unos 20 minutos e inconcientemente me aseguré de que la sala estuviera lo suficiente en silencio como para que se escucharan mis pasos sobre tacos al salir a consumir tabaco. Una bonita freak me vió prendiento un "faso" y sonrió simpáticamente pidiendo algo de fuego. Por supuesto yo no tuve problema en convidar un poco del gas y esperé a que buscara los cigarrillos dentro de su desordenada cartera, que claramente nunca aparecieron. Mi inocencia en ese momento pudo más y no pude reconocer (hasta después de un tiempo de haber ocurrido el suceso) la tremenda jugada que se armó la pequeña ratita. El caso fue que como la amabilidad me sobra casi por la mitad de mi ÚLTIMO cigarrillo le dije "lo querés? me voy adentro". Nunca pensé que existieran personas tan decididas sobre la faz de la Tierra. "Si, gracias" me dijo, casi casi que le sale naturalmente su cara de "estaba esperando que lo dijeras", pero debe de haberse reprimido para mi menor desconfianza. Pequeña rata con lo que me cuesta a mi largar el último cigarrillo! fue una inútil prueba de amor por el prójimo que no se repetirá jamás.
Al ingresar nuevamente a esa maravilla arquitectónica no pude evitar ser cautivada (y con mayor detenimiento que la primera vez que estuve allí, tal vez por querer llevar mi cabeza a otro lado donde no estuviera presente la freak y su hurto encubierto) por los decorados, la inmensidad y todo lo que conformaba a esa basílica. Creo que el hecho de mi falta de fé en la existencia de Dios como lo plantea la religión católica apostólica romana, generó en mi esa sensación fría y tétrica que causan las iglesias de este tipo, de quién sabe cuantos cientos de años de antigüedad.
Observé, mientras sonaba la orquesta casi completa salvo por los instrumentos de percusión, unas escrituras a practicamente los costados del altar: "defende nos" y sólo un poco mas arriba "protector noster", del lado derecho, y del izquierdo algo como "adjuya nos" "sancte joseph". Al ver eso mis ojos mi sensación de frialdad se incrementó y de cierta manera llegué hasta sentirme un tanto incómoda sentada en ese banco de madera. Además,no pude definir la superficie sobre la que estaban escritos, si se trataba de una pintura semejando una superficie moldeada o realmente lo era. Los encargados de la decoración de increíble sala supieron jugar debidamente con las luces, los colores y las texturas. Llegué hasta el punto de sentir una sincera admiración por los creadores.
El fin consiste en que la vuelta a casa estuvo tranquila, con una siestita en el cómodo asiento del tren, y una caminata a casa sobre el aire fresco de aquel sábado. No se cómo lo conseguí pero le encontré el lado positivo a una salida a base de iglesia, Sarmiento, e hidratos de carbono ingeridos de manera saludable, manteniendo el equilibrio.

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