Los sueños son realmente momentos vividos que creemos imaginarios, segundos que consideramos perdidos, irreales, pero que coexisten con lo que vivimos mientras estamos despiertos. No dejan de acompañarnos y muchas veces son siquiera recordados. Pero estan allí, tan ciertos como bizarros la mayoría de las veces, transportándonos a donde quisieramos ir o nuestra cabeza pueda llevarnos. No dejan de asombrarnos, vivimos constantemente negándolos como posibles y los dejamos para el segundo plano que creemos les corresponde. Pero no, son otra perspectiva no tan lejana a la del día a día ni tan agoviante como la que a menudo puede tocarnos vivir. Son piezas perdidas y encontradas del rompecabezas que armamos en el trayecto transitado, piezas que poco a poco mientras son agrupadas conforman esa coherencia y tal equilibrio que cada uno de nosotros espera alcanzar. Ni tan ausentes, ni tan extraños, configuran nuestra existencia y ayudan a que despertemos con esa paz que creemos casi inexistente a la hora de emprenderlos. En ese momento comenzamos una nueva historia, nos orientamos hacia otro objetivo y amanecemos con esa inconciente capacidad de transformar la realidad y capturar un ángulo diferente dentro de la misma escena.
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