sábado, julio 25, 2009

Vida

Me encanta visitar ferias americanas, aquellas casas de ropa usada, comprada por algún desconocido, que tal vez sea conocido y yo me mantenga al margen de esa verdad. Prendas y zapatos que seguramente, de noche cuando la luz se apaga y la puerta se cierra, recobran su vida y tienen su civilización conformada por papeles similares a los que jugaron las personas que alguna vez las vistieron. Llevan una historia detrás, y les queda mucho por recorrer, de cualquier origen y nacionalidad, se prestan contentas a ser usadas por otro nuevo extraño que seguramente en un futuro las devolverá a su tienda de pertenencia. "Objetos de nadie" que saben combinarse entre sí, independiente a la interferencia de la acción humana, acomodándose de noche para agasajar al público en la mañana siguiente. Silenciosos y atentos, nos deslumbran con su brillo que a veces pasa desapercibido por la mirada de la sociedad actual. Se ajustan cómodamente a nuestras necesidades, y saben cómo complacernos, con esa combinación perfecta entre silencio y total sinceridad. Cada uno de los integrantes de esta banda llamada "feria" cumple un rol importante e irreemplazable dentro del correcto funcionamiento del sistema... Se reunen y delegan responsabilidades, se organizan para tomar democráticamente las decisiones importantes, se apoyan los unos a los otros y comparten sus alegrías con el resto de sus compañeros. Por eso elijo conservar mi capacidad de asombro, y descubrir estos mundos tan al alcance de mi imaginación, que me pueden transportar en un abrir y cerrar de ojos y me acompañan en esa "realidad" que se considera tan cierta.

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